Bert había entrado limpiamente en la mansión para afanar la valiosísima moneda. Y allí estaba su botín, pero acompañado por un cadáver aún caliente. Baruch Spinoza, allá por el siglo XVII, escribió sobre todo lo divino y lo humano -y Bert lo sabía bien porque era su filósofo preferido-, pero nunca dio ninguna receta para liberarse a la vez de una acusación de robo y de otra de asesinato. La receta tendría que irla descubriendo el propio Bert, rápidamente y sin cometer un solo error.
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